Una evangelizadora aculturación musical
- Carlos Kamisaki Miñano
- 21 ene 2019
- 4 Min. de lectura
Encuentro Musical entre España y America
Por Carlos Kamisaki
A finales del siglo XVII y por gran parte del XVIII, fueron México, Lima y Potosí, las ciudades principales del encuentro entre España y la antigua America. En tales lugares se encontraban las mayores riquezas provenientes de las minas y contagiadas de las modas barrocas. La música, por lo tanto, no le fue ajena a estas urbes coloniales que no tuvieron nada que envidiarle a las grandes ciudades europeas.
Lamentablemente, otra vez se presenta un reto importante a la hora de recopilar información fidedigna de la música en esta época de conquista. En la vida eclesiástica, tanto religiosos como indígenas, no solían firmar sus partituras con motivo de ofrenda cristiana, dejándonos poca evidencia de sus autorías. Tampoco se tienen registros de la música ancestral indígena ni mestiza y/o mulata. Sin embargo, algunos cronistas han podido preservar obras y la tradición oral ha permitido rescatar algunas otras de temática profana. En esta última categoría, se debe mencionar que algunos registros de la época, prohibieron ciertas prácticas musicales y danzas que se consideraron indecentes para la iglesia.

Las iglesias fundaron sus coros, se les instalaron órganos y otro tipo de conjuntos musicales eclesiásticos. La riqueza musical de este periodo también fue seguido por las parroquias de segundo orden, así como también ocurrió con las misiones franciscanas, dominicas y jesuitas. Además, cada unidad militar contaba con sus músicos. Estas bandas se integraban de pífanos o clarines y tambores. Por su parte, otro tipo de bandas también contaban con una mayor variedad de instrumentos, tales como bajones (similar al fagot), chirimías (una especia de oboe más potente) y trompas. Las bandas militares comprendían un rol importante en la sociedad, participando siempre en las ceremonias cívicas y religiosas.
Por su parte, la Orden Jesuítica institucionalizó la música como promotor cultural y herramienta evangelizadora. La música comunitaria servía para la catequesis, compuesta en cantos sencillos en el idioma indígena; mientras que la música profesional se utilizaba para embellecer la liturgia, compuesta por obras tradicionales del culto europeo. De esta época destaca el rol del jesuita italiano Domenico Zipoli, quien, después de haber sido renombrado profesor de música en el Colegio Jesuita de Roma, es enviado al de la Compañía en Córdoba. Sus composiciones se escucharon por igual en las reducciones, como en la corte del Virrey de Lima y en Europa. Cabe mencionar que en las reducciones, todos los oficios eran acompañados por un acompañamiento musical intenso.
El padre y también músico Martín Schmidt, creó un taller para fabricar instrumentos, ayudado por otro sacerdote originario de Bohemia, Juan Mescar. Lo notable de estos instrumentos, era que muchas veces no sólo eran reparados y mantenidos por los mismos indígenas, sino que se encargaba a eminentes luthiers europeos. En cuanto a las composiciones, estas fueron traídas principalmente de Europa por los misioneros, con alguno que otro arreglo local. Pero, principalmente por todo el siglo XVIII, los músicos criollos e indígenas compusieron piezas religiosas y profanas, sin alejarse del estilo y calidad compositora del barroco español.
Según Corona Alcalde, pueden distinguirse dos grandes momentos en la aculturación musical después de la llegada de los españoles. Primero, la presentación de los instrumentos (vihuelas, guitarras y laúdes) distintos de la tradición americana. El segundo, el surgimiento natural de dos nuevos grupos deseosos de dominar el arte musical: los españoles que no sabían tocar ningún instrumento y los mismos indígenas. Los indígenas no usaban el español en las reducciones pero, aprendieron el latín para ser considerados cultos o capaces. Para la iglesia, el latín sonaría siempre en las ceremonias religiosas. De ello es que el barroco misional sonaba en base a las estéticas europeas, con una creatividad y contribución enormes del pueblo, sobre todo en sus danzas frente al altar. Ejemplo de ello eran las procesiones fuera del templo, con instrumentos que conocían y representaban la propia cultura indígena.
A diferencia del encuentro humano, la música logró una convivencia pacífica y fructífera de dos mundos: los instrumentos europeos construidos con maestría por los indígenas, pero también sonaban los suyos de percusión, de viento o, posteriormente, de cuerdas, constituyendo ésta la gran contribución hispana al repertorio de instrumentos musicales americanos. Incluso, existen testimonios de una producción operística en el espacio colonial sudamericano. Las óperas se interpretaban repetidas veces al año. No obstante, las más destacadas fueron la fiesta del Patrono del pueblo, la Navidad, el Corpus Christi, entre otras fiestas relevantes, visitas del obispo o del gobernador, o las fiestas reales, como, por ejemplo, la coronación del rey o sus bodas. Los actores eran los aborígenes mismos y a menudo, tanto el argumento como la escenificación insertaban elementos del mundo indígena, como así también en su adaptación y composición: arcos de flores y plantas selváticas, frutas tropicales, pájaros y animales silvestres copaban el escenario, en ocasiones junto a construcciones o maquinarias típicas del Barroco que servían para los efectos escénicos.
Finalmente, podríamos especular sobre la alta calidad de la música colonial en determinadas regiones de los virreinatos en el Cono Sur. Más precisamente, dentro de las misiones jesuíticas. Mucho aprendieron y aportaron estas culturas americanas, sobretodo en la producción y sensibilidad artística que hicieron florecer un Barroco dentro del Barroco. Un barroco con el rococó amazónico y el brillo andino. Un barroco que no tuvo a Bach, pero que en su mestizaje entregó melodías y sensibilidad a los europeos que les sirvieron para retroalimentar un fenómeno cultural en constante expansión y transformación.
Sin lugar a dudas, la producción colonial, a pesar de los pocos registros con los que se cuentan actualmente, ha mostrado las mismas cimas espirituales que sus contemporáneas: la exposición de los grandes problemas y sentimientos humanos, acompañados de una compleja puesta en escena y un público cautivado.
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